Yoga y Cáncer: Testimonio de una alumna

Yoga y Cáncer: Testimonio de una alumna

Inés es alumna Yogimi Lover. En Julio de 2018 su vida cambió cuando, con 43 años y dos hijos de 9 y 5 años, le detectaron cáncer de las vías biliares (Colangiocarcinoma). Desde entonces, el Yoga la acompaña cada día y desde su recuperación no hay un solo día que no practique. Para ella, el yoga le recuerda lo importante que es la consciencia en el momento presente.

Inés es uno de esos ejemplos de superación. Gracias a su generosidad por compartir su testimonio, desde Yogimi podemos visibilizar su historia y así inspirar y alentar a todas aquellas personas y familiares que se encuentran luchando contra la batalla del cáncer. Inés nos deja un mensaje de esperanza “Cada día es una victoria”.

El pasado 4 de febrero, coincidiendo con el Día Mundial contra el Cáncer, nos emocionamos con su testimonio en una maravillosa charla en directo con Patry Montero desde nuestro Instagram Yogimi. Clic aquí para verlo.

YOGA Y CÁNCER

Hoy tenemos la suerte de contar con su testimonio en nuestro blog, quién desde su experiencia personal nos cuenta como el Yoga la ha acompañado durante la enfermedad y cómo convertir la práctica en un hábito la ha ayudado en su lucha contra el cáncer.

Os dejamos con su inspiradora historia:

Desde siempre he sido una persona positiva, alegre y agradecida. Me sentía completamente feliz cuando de repente empecé a sentir cansancio y agotamiento. ¿Sería por querer abarcarlo todo? Casa, hijos, trabajo, extraescolares de los niños, hobbies… Ese cansancio no impedía que yo quisiera seguir dando lo mejor de mí; quería ser la mejor madre, mujer, trabajadora, cocinera, ama de casa… Por querer ser la mejor en todo me olvidé de mi misma y de mi salud. Como yo no paraba mi cuerpo paró por mi.

En junio de 2018 me sentía agotada así que decidí pedir un permiso sin sueldo en el trabajo para poder disfrutar de mis hijos ese verano y descansar. Lo que iba a ser un verano idílico se convirtió en una pesadilla. El agotamiento fue a más hasta que me puse amarilla. Tras varias semanas, fui al médico. Ahora me resulta increíble, pero si no acudí antes al hospital fue porque no quería dejar a mis hijos solos en el curso de natación al que les había apuntado. De hecho, creo que esto sucede en muchos hogares, dejamos de cuidarnos para cuidar al resto, pero ¿Cómo vamos a poder cuidar si nosotros no estamos bien?

Acudí al hospital y me quedé ingresada mientras me hacían varias pruebas para dar con el diagnostico. De primeras: bilirrubina disparada y obstrucción en la vesícula biliar. Durante el ingreso me realizaron pruebas y más pruebas. Yo cada vez me encontraba peor hasta el punto de no poder comer. Estaba claro que algo no iba bien y en mi cabeza mi máxima preocupación eran mis hijos.

En esos momentos de incertidumbre, mi madre se quedaba a dormir conmigo. Recuerdo que cada mañana al despertar, echaba una manta al suelo y empezaba el día practicando yoga y meditación. Y a mi, me relajaba verla practicar. Ella estaba muy preocupada por mi y el yoga le ayudaba a tranquilizar su mente.

Desgraciadamente, me puse peor y me ingresaron en la UCI. Las visitas en la UCI están restringidas a 20 minutos al día y solo dos personas. Por lo que, me perdí las clases matinales de mi madre haciendo Yoga. En la Uci me dijeron las cosas claras, la obstrucción era causada por piedras o por Cáncer. Ingenua de mi pensé que serían piedras, en ningún momento me planteé que seria Cáncer. Después de todas las pruebas se le puso nombre y apellido: Colangiocarcinoma (cáncer de las vías biliares).

El shock ante la noticia fue fuerte pero no lo pensé demasiado, pensé “de ésta salgo no me puedo morir por mis hijos, no les puedo hacer esto”. Simplemente, lo asumí, creo que no me dio tiempo a ser consciente de lo que estaba viviendo, ya que al día siguiente me puse fatal. Las noticias cada día eran peores, mi cuerpo entro en una sepsis y los médicos me dijeron que había que esperar 24 horas para saber si mi cuerpo reaccionaba a todos los antibióticos que me estaban poniendo.

En ese momento, hice un análisis de mi vida y me sentí afortunada con la vida que había tenido, pero no me podía permitir saber que dejaba a dos niños sin madre. Después de dos pruebas CPRE que no salieron bien, afortunadamente la tercera salió bien y la obstrucción desapareció. Además, los antibióticos hicieron efecto y la sepsis desapareció.

Me pasé 22 días en la UCI recuperándome de todo. Entre tanto sufrimiento, recuerdo un día muy especial, el de mi cumpleaños. Ese día me desconectaron de todos los aparatos y me llevaron a una salita donde me esperaba toda mi familia. Ahí lloraban todos, menos yo. Eso sí, cuando volví a la UCI… no podría decir cuanto tiempo me pase llorando en la soledad. Mi regalo de cumpleaños fue ver la cara de alivio de mi hijo, que con 9 años respiró por verme viva.

Una vez recuperada de la sepsis, me trasladaron de hospital. Ahí tuve otro regalo, el paseo en ambulancia viendo los arboles, el cielo y las nubes. Parece mentira, como puedes llegar a valorar algo que antes ni te parabas a mirar. Cualquier cambio en la vida produce miedo e incertidumbre y a mí, en ese momento cambiar de hospital me aterraba, aunque era por mi bien. Tras un tiempo en el nuevo hospital, me mandaron a casa a recuperarme hasta que tuviese unos valores analíticos para operarme.

Por fin llegó el gran día, el 31 de Agosto de 2018 me operaron. La sensación de nervios y no saber lo que va a pasar es brutal.  De hecho, un día antes me despedí de mis amigas. El mismo día, antes de anestesiarme, me despedí de mi cuñada, de mi mejor amiga, de mi padre y de mi marido. Conversaciones a flor de piel y de agradecimiento por haber formado parte de mi vida. Afortunadamente, la operación salió según lo previsto sin ninguna sorpresa, todo estaba bien localizado y me dieron esperanzas.

El post operatorio fue muy duro. Ya me avisaron que después de la operación volvería a la UCI y allí veríamos la evolución. Estuve casi un mes. Subir a planta fue un verdadero reto, ni para qué decir sentarme, ponerme de pie, dar mis primeros pasos y recuerdo con una felicidad absoluta cuando me pude duchar (otra vez algo tan simple que lo hacemos todos los días se convierte en un verdadero lujo). En planta pude empezar a beber agua, no me lo creía: no devolvía y podía beber algo. Y poco a poco y con gran dificultad empecé a comer.

Pasaron los días y llegó el momento de ir a casa, felicidad máxima. Me fui a casa de mis padres porque necesitaba que me cuidaran (no habrá suficientes días en este mundo para que les agradezca todo lo que hicieron por mí), siempre les digo que me volvieron a dar la vida. Los peques se quedaron en casa con mi marido, pero venían a visitarme todas las tardes y eso me daba fuerzas.

La recuperación fue muy dura y más porque enseguida empecé con la quimio. Todos los lunes tenía analítica y si todo, estaba bien, los martes tenía la sesión de quimio. Al principio, lo llevé bastante bien pero después le cogí fobia. Solo con entrar a la sala empezaba con náuseas y odiaba el lugar pese a que las enfermeras, médicos y sanitarios te lo ponían fácil e intentaban ayudarte en todo. Allí, casualidades de la vida, me encontré con un profesor mío, con un proveedor de mi trabajo, con una blogger que conocí en una fiesta, etc… Al final, llegas a la conclusión que en esta vida hay dos vidas paralelas: todos aquellos que están sanos y los que no.

Todos salimos a la calle y somos iguales, pero hay una cosa que nos diferencia; los que no estamos tan sanos tenemos unas ganas de vivir terribles, nos aferramos a la vida. Los tratamientos son largos y se hacen pesados porque cada día estás más cansado y muchas veces ni siquiera puedes bajar a comprar el pan (algo que ahora también valoro). Pero, afortunadamente tienen su fin.

Una vez terminada la quimio volví a mi casa con mi familia, apenas pesaba 40 kilos, estaba muy débil pero mis niños me daban la vida, necesitaba volver a casa. El primer día de mi vuelta a casa, después de más de un año viviendo en casa de mis padres, fue increíble. Y ahí empezó mi historia personal con el Yoga. Desde que me recuperé, volví a nacer. Y en esta nueva vida, el yoga es una parte esencial, que me aporta paz, calma y serenidad. Además de físicamente sentirme cada vez más fuerte.

EL YOGA LLEGÓ A MI VIDA

Siempre había querido practicar Yoga pero nunca encontraba tiempo para ello por no darme prioridad a mi misma. Todavía no lo había probado cuando mi amiga Sarita me regaló un libro de Yoga dedicándome las siguientes palabras: "En esta etapa de tu vida te vendrá muy bien" (En aquel momento yo estaba todavía con quimio). Lástima que en ese momento me encontraba tan cansada que no empecé con clases.

Mi práctica empezó cuando terminé el tratamiento de quimio. Con esos 40 kilos, sin fuerza en abdomen y piernas, dolor en todas las articulaciones y sin equilibrio ni flexibilidad. Pero, mi motivación superaba todo eso: yo sólo quería vivir, sanar y desintoxicarme de la quimio para así mejorar mi calidad de vida. Quería recuperarme, por mi y por mi familia. Y fue el Yoga mi gran aliado, para enfrentarme a mis miedos, al dolor por la perdida de mi vida anterior y a la incertidumbre de que me dirá mi oncóloga sobre los resultados del TAC que me tengo que realizar cada tres meses.

En ese momento, tan malo de mi vida, el Yoga se convirtió en mi salvación ya que con la práctica encontraba la tan ansiada paz. Empecé a practicar en un estudio de yoga cerca de mi casa, concretamente me inicié con Kundalini Yoga. La profesora del centro me aconsejó este tipo de Yoga por mi estado físico. Yo atravesaba un tsunami emocional y muchas clases las realizaba con lágrimas silenciosas, sentimientos que afloraban y no podía reprimir. Esas lagrimas a su vez me daban alivio y fuerza para afrontar el día.

Mi cuerpo poco a poco fue fortaleciéndose y emocionalmente cada vez estaba mejor. Todavía recuerdo, la emoción que sentí cuando pude hacer la postura de la vela. El cuerpo me pedía más y probé el Hatha yoga (alternaba los dos estilos). En Hatha el reto fueron los equilibrios y la flexibilidad, pero entendí que lo importante de la práctica era ser consciente, no llegar a realizar todas las asanas. Me hacia tan bien practicar que me apunté incluso con mi madre a Yoga en la playa, un verdadero privilegio no solo por la playa sino por compartir algo tan bonito con mi madre. Ella, que fue quien me calmaba en el hospital viéndola cada mañana practicar.

En este descubrimiento llamado Yoga y mi afán por practicarlo encontré en Instagram el “reto principiantes”, de la mano de Patry Montero y su comunidad Yogimi. Me encantó unirme a ese reto, donde todas las asanas se podían adaptar a todo tipo de cuerpos y limitaciones, porque como bien difunden desde Yogimi “el yoga es para todos”. Aquel reto me dio alas y confianza para continuar en esa búsqueda por mi bienestar.

El día de mi cumpleaños me auto-regalé el “Pack No Limit” de Yogimi. Recordé como había sido mi anterior cumpleaños en la UCI y me dije “Qué maravilla estar en casa con mis peques y con mis nuevas ilusiones como el Yoga”. Ahora, cada vez que extiendo mi esterilla, me repito que de verdad “la vida no tiene limite”.

En ocasiones, pienso que el Yoga ha llegado tarde a mi vida, pero siguiendo la filosofía del Yoga, llegó cuando tenía que llegar. Muchas veces pienso que el Yoga me hubiera ayudado muchísimo en todas las fases de la enfermedad.

Animo a practicar yoga y meditación a todas las personas que están pasando por un momento tan difícil. Es evidente que no les va a curar, pero si a paliar el daño producido por los tratamientos y dar fuerza y serenidad emocional para seguir con una lucha que todos sabemos que no es fácil.

Inés Algorta 

Desde Yogimi queremos darte las GRACIAS INÉS, por tu generosidad y amabilidad, por esa fuerza y energía que transmites y ese mensaje esperanzador a todas las personas que se encuentran luchando contra esta enfermedad.

NAMASTÉ INÉS!

 

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